ROSA BELÉNDEZ V.

 

 

SEMBLANZA

 

Nací y viví en la CDMX cuando no era raro ver al Popo en el horizonte y los roba chicos eran más un cuento para que nos portáramos bien que una realidad terrorífica.  Me interesé de muy joven en todo lo que era el naturismo, yoga, esoterismo, el México Antiguo y las luchas sociales de izquierda.  Todo de manera un poco superficial aunque por supuesto no lo hubiera admitido en esa época.  De alguna manera eso culminó en mi entrada a la Escuela de Medicina y Homeopátia del Instituto Polítécnico Nacional en 1971.  Era más de lo que me esperaba, fui muy feliz estudiando y aprendiendo todos esos años, el Internado rotatorio lo hice en La Habana, Cuba- otra experiencia extraordinaria.

A los 24 años las niñas bien salían de su casa solamente cuando se casaban. Pero no había novio en puerta y yo me sentía asfixiada viviendo sola en casa con mi mamá, mi papá ya vivía con su familia paralela. Así que a los 24, que ya tenía mi mini sueldo del Servicio Social me salí de mi casa y renté una casita en una privada enfrente del Parque Hundido donde empecé a ejercer aunque solo llevaba la mitad de la carrera. Ocho años después me fui a un viaje de un año por Europa visitando a mis colegas de Homeopatía Europea y neceando con un amor difícil, de esos en que uno visita el paraíso por ratitos y las cloacas por ratotes. A mi regreso aterricé en Tepoztlán- hace 40 años.

La homeopatía exige ver al paciente como a un ser humano completo, tratamos a la persona no a sus enfermedades.  Como tal el interrogatorio de los síntomas mentales y emocionales es muy importante.  Ya desde antes me interesaba mucho la psicología, de hecho no entré a la Facultad de Psicología porque alguien me dijo que se llevaba estadística y yo soy una nulidad en matemáticas. Ya me había adentrado en las teorías de Wilhem Reich y la bioenergética cuando me invitaron a traducir para ponentes del Congreso de psicoterapias Corporales. Traduje un taller de Ron Kurtz sobre el método Hakomi y desde entonces ha sido una influencia transformadora en mi vida. Y la de mis pacientes.

Hace 36 años me hice mi casa en Amatlán, de inicio un Octágono de adobe. Como buena buscadora espiritual no disciplinada concluí que la forma octagonal y la bóveda compensarían mi falta de empeño.

Por acá conocí a Baru, un hombre bondadoso y tranquilo que me sostuvo aún cuando yo lo sostenía en sus últimos tiempos. Hicimos dos hijos, Ekiwah, poeta y soñador y Dhyan, el científico y a la vez multi-talentoso. Ekiwah nació con 10 semanas de anticipación, vivió de milagro y porque quiso. Tiene parálisis cerebral infantil. No camina pero si vuela. Los amo con loca pasión

La cereza en mi pastel, o el chocolate amargo con un vino superior, tiene 9 años: mi nieto Lucio Valentín.

A los 69 me dio cáncer y me curé. Esa es una historia que merece ser contada aparte.

Creo en la necesidad de que cultivemos la alegría y la bondad como un mínimo y obligado tributo a la vida misma y a todos los seres sintientes.